lunes, 28 de febrero de 2011

El oficio del vago

A todo investigador suele llegarle, en torno al año vigésimo de su carrera, el momento de hacer un gran descubrimiento y sacar las primeras grandes conclusiones. En mi caso, mi hallazgo consistió en darme cuenta de que todo el trabajo de lustros no había servido para nada y de que, sin embargo, había dado con la forma de completar mis años de carrera sin volver a dar palo al agua. Cogí uno de mis artículos, uno cualquiera, y lo ofrecí a congresos y revistas especializados, y luego le cambie dos o tres palabras y lo volví a ofrecer, y luego volví a hacer unos cambios y de nuevo lo puse en circulación. Nadie reparaba en que mis modificaciones eran de lo más aleatorias y no servían sino para convertir el texto en una pasta incomprensible. Sin embargo, con cada adulteración de mi trabajo fui ganando más y más reconocimiento, recibiendo más comentarios y sumando estudiantes a la lista de estudiosos de mi obra. Cuanto menos significaban mis escritos, mayor era el reto de su interpretación y más apasionadas se volvían las discusiones entre mis seguidores. Incluso me dedican congresos, y alguno de ellos ya ha acabado a tortazo limpio. Todo esto, sin haber dado yo más palo que el ya mencionado. Ahora vivo bien y tengo mis buenos ingresos y doy por amortizada mi invención. Escurrida hasta el último chavo la patente, quiero compartir con el mundo este gran descubrimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario