miércoles, 16 de febrero de 2011

El oficio de hundirse (II)

Hace unos cuantos post, o como dicen los ingleses "some post ago", me puse a hablar de 'La última noche del Titanic', como si no hubiese visto una peli en mi vida. No es mi intención sumarme a la caterva de autoproclamados críticus magníficus en la vasta interfaz internética. Más bien, quería poner sobre la mesa, o sobre el tapete, o sobre el mantel de cuadros de este blog lleno de manchas la riqueza que en cuanto a crítica social jumea esta peli. Ahora quiero llegar a mi propósito final, que no es más que anunciar que el Titanic es la metáfora perfecta para explicar la crisis económica, y mira que ha habido metáforas, o que "han habido metáforas", que dicen algunos catalanes. El Titanic es una metáfora perfecta porque muestra cómo un barco compartimentado por clases sociales estancas dirigido por una élite de despistados y sumido en la más estulta de las fiestas va y se las piña con un iceberg de deuda crediticia y se hace una brecha y se traga un agua negra que va anegando primero las bodegas de tercera clase y, más tarde, los camarotes ya vacíos de la clase alta, que ha abandonado el barco hace tiempo en los escasos botes disponibles. Nadie escucha las peticiones de auxilio del Titanic porque confunden sus bengalas con petardos de fiesta, porque nadie se toma en serio los achaques de esta invención indestructible. Y el barco se hunde con cientos de hipotecados en su estómago hasta dejar unas lindas burbujitas en la superficie, bajo la noche helada del ártico.

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