miércoles, 29 de junio de 2011

El oficio del vago (VI)

He estado varios días sin escribir en este blog para que su millonaria audiencia note el vacío de la comunicación, el eléctrico silencio de los píxeles deshechos en la red, enredados a ciegas sin nada que decir. Una vez infringido este castigo, doloroso como un pisotón, he decidido subirme a la ola y transformar este baludaque oligofrénico en un medio de pago. En efecto, a partir de ahora, el visionado de este blog tendrá un coste de dos euros por mirada de reojo, de tres euros por lectura rápida con movimiento sagaz de cabeza y de cuatro euros por posado de ratón sobre alguna de sus palabras, que oye, cuestan un potosí, que me las fabrican en Corea. Como pay pall corporation me ha negado el encriptado pecuniario de los colorines de la página, que yo mismo he pintado a mano, con brocha, me veo obligado a cobrar el coste del visionado en cubitos de mala conciencia. Es un cobro imaginario, muy al gusto de estas latitudes católicas, donde se ha avanzado mucho en el noble arte de hacer daño. Pues eso, se acabó la fiesta y estamos ya en la era de los dolores.

viernes, 10 de junio de 2011

El oficio del idiota (XIII)

En nuestra cultura tiene una gran fuerza el yo como unicidad, casi como monolito psicológico. Desde el histrionismo hasta el desdoblamiento de personalidad, hay una amplia gradación de patologías relacionadas con los distintos habitantes del yo, a quienes no se deja respirar. Ni siquiera está bien vista en sociedad una persona de opinión variable o incluso escéptica, indecisa y tendente a pensar desde la posición de otra persona. A eso se le trata como una intromisión, y frente a esta postura se valoran la integridad, las muestras de unicidad del yo, eso que paradójicamente viene a llamarse personalidad. Si la sociedad premia al yo sin fisuras es porque hace de las personas artefactos prededibles y, por ello, de trato menos desconcertante.

martes, 7 de junio de 2011

El oficio de hacerse un hueco en el pulso chino (IV)

Quiero precisar que durante casi una década me fue fácil ganar los sucesivos campeonatos de España de pulso chino. Recurrí, como ya he confensado en varias ocasiones al Adelantado de Segovia, a una dieta de engrosamiento del pulgar, por entonces desconocida en el país. Este contacto con la vanguardia dietética internacional, junto con mi entrenamiento en el 'pretado de tuercas en los altos hornos de Aceralia, completaron mi formación como atleta. Por primera vez, estas tierras alumbraban un pulsista capaz de medirse a los recios estibadores del bloque soviético y a los industriosos mecánicos de Detroit. Público, ¿por qué me olvidaste?

jueves, 2 de junio de 2011

El oficio de hacerse un hueco en el pulso chino (III)

Me piden insistentemente que diga unas palabras sobre mi victoria en el campeonato mundial de pulso chino de 1983, celebrado en Budapest, en aquellos años en los que este deporte, más aun que el ajedrez o la carrera espacial, enfrentaba como ninguna otra cosa al bloque capitalista con el soviético. Washington dejó aquel año participar a España en la fase final de los mundiales como premio por la reciente entrada en la OTAN. Eurovisión y el campeonato de pulso chino ponían fin a lustros de atávico aislacionismo. Tras firmar un documento en el que me comprometía a no criticar la energía nuclear y en el que perjuraba contra el enemigo comunista, pude tomar parte en el campeonato. Me impresionó ver a los representantes americanos y rusos con el dedo gordo encapuchado. Sólo descubrían sus enormes falanges para competir, y el resto del tiempo las sometían a friegas e hidrataciones con vaporización. Sin embargo, fui capaz de ganar a todos, e incluso de vencer al yugoslavo en la final, gracias a la dieta de cerdo y avellanas con la que mi pulgar adquirió enorme fibra y mayúscula velocidad. Creo que fue ese momento, y no la entrada en la Comunidad Europea tres años después, el que puso a España en el mapa. Sobre la decadencia posterior del pulso chino como disciplina deportiva, sabéis que este asunto me entristece, así que prefiero no hablar más.

miércoles, 1 de junio de 2011

El oficio de vivir (IV)

Todos tenemos un gps interno que nos orienta en eso que Eric Berne llama un guión de vida. Hay un destino que nos marcamos nosotros, aunque en la mayoría de los casos nuestro empeño consista precisamente en huir de nosotros mismos. Vayamos o huyamos, en nuestro guión de vida elegimos la ruta que queremos tomar, como cuando al gps se le pide que vaya por carreteras secundarias o por autopistas de tropecientos carriles o a través de un sembrado. Algunos eligen, como diría Sabina, huir de tontos por ciento y del cuento del business, y otros eligen huir de los que huyen de tontos por ciento y del cuento del business. Nos veo andar a toda prisa por la calle, en dirección a cualquier sitio. Vamos a veces en la dirección que nos hemos dado como destino y otras en la dirección del pretexto que nos hemos ha dado para no alcanzar nuestro destino. Pues sí, el gps tiene una aplicación para cumplir nuestro guión de vida, pero también otra aplicación con las mejores rutas con que excusarnos y eludir nuestros planes. En ambos casos, nos movemos con el gps bien encendido. Y ahí se acaba la metáfora, porque no creo en un gps que mire al cielo en busca de un satélite redentor que lo oriente. Sólo quería decir que noto un escozor de especie en lo que hacemos. Esta niña que corretea ya y es mi hija no estaba en ninguna bitácora, y es más que todo lo que habría podido lograr con mis vanos esfuerzos por llegar a vete a saber tú dónde. Y ahora, chaval, brindemos por los que desconectan el gps y viven con el frenesí de los dioses, y también por los que luchan contra sí mismos y por saber cuál es la ruta o el destino de su viaje.