He estado varios días sin escribir en este blog para que su millonaria audiencia note el vacío de la comunicación, el eléctrico silencio de los píxeles deshechos en la red, enredados a ciegas sin nada que decir. Una vez infringido este castigo, doloroso como un pisotón, he decidido subirme a la ola y transformar este baludaque oligofrénico en un medio de pago. En efecto, a partir de ahora, el visionado de este blog tendrá un coste de dos euros por mirada de reojo, de tres euros por lectura rápida con movimiento sagaz de cabeza y de cuatro euros por posado de ratón sobre alguna de sus palabras, que oye, cuestan un potosí, que me las fabrican en Corea. Como pay pall corporation me ha negado el encriptado pecuniario de los colorines de la página, que yo mismo he pintado a mano, con brocha, me veo obligado a cobrar el coste del visionado en cubitos de mala conciencia. Es un cobro imaginario, muy al gusto de estas latitudes católicas, donde se ha avanzado mucho en el noble arte de hacer daño. Pues eso, se acabó la fiesta y estamos ya en la era de los dolores.
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