Todos tenemos un gps interno que nos orienta en eso que Eric Berne llama un guión de vida. Hay un destino que nos marcamos nosotros, aunque en la mayoría de los casos nuestro empeño consista precisamente en huir de nosotros mismos. Vayamos o huyamos, en nuestro guión de vida elegimos la ruta que queremos tomar, como cuando al gps se le pide que vaya por carreteras secundarias o por autopistas de tropecientos carriles o a través de un sembrado. Algunos eligen, como diría Sabina, huir de tontos por ciento y del cuento del business, y otros eligen huir de los que huyen de tontos por ciento y del cuento del business. Nos veo andar a toda prisa por la calle, en dirección a cualquier sitio. Vamos a veces en la dirección que nos hemos dado como destino y otras en la dirección del pretexto que nos hemos ha dado para no alcanzar nuestro destino. Pues sí, el gps tiene una aplicación para cumplir nuestro guión de vida, pero también otra aplicación con las mejores rutas con que excusarnos y eludir nuestros planes. En ambos casos, nos movemos con el gps bien encendido. Y ahí se acaba la metáfora, porque no creo en un gps que mire al cielo en busca de un satélite redentor que lo oriente. Sólo quería decir que noto un escozor de especie en lo que hacemos. Esta niña que corretea ya y es mi hija no estaba en ninguna bitácora, y es más que todo lo que habría podido lograr con mis vanos esfuerzos por llegar a vete a saber tú dónde. Y ahora, chaval, brindemos por los que desconectan el gps y viven con el frenesí de los dioses, y también por los que luchan contra sí mismos y por saber cuál es la ruta o el destino de su viaje.
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