En nuestra cultura tiene una gran fuerza el yo como unicidad, casi como monolito psicológico. Desde el histrionismo hasta el desdoblamiento de personalidad, hay una amplia gradación de patologías relacionadas con los distintos habitantes del yo, a quienes no se deja respirar. Ni siquiera está bien vista en sociedad una persona de opinión variable o incluso escéptica, indecisa y tendente a pensar desde la posición de otra persona. A eso se le trata como una intromisión, y frente a esta postura se valoran la integridad, las muestras de unicidad del yo, eso que paradójicamente viene a llamarse personalidad. Si la sociedad premia al yo sin fisuras es porque hace de las personas artefactos prededibles y, por ello, de trato menos desconcertante.
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