lunes, 30 de mayo de 2011

El oficio del vago (V)

Si uno observa el reguero de gente que brota de una boca de metro, si lo hace sin el prejuicio de pensar en el transporte público ni en la gestión de las infrestructuras ni en este tipo de ideas preconcebidas, si uno pone todo su ojo clínico en el empeño apreciará al cabo de un rato que la ciudad es una máquina inagotable de producir personas. Frente a otros procesos industriales, la ciudad fabrica aquí, en esta boca de metro, ejemplares siempre disímiles, siempre genuinos, como si en sus calderas de sueldos basura hubiese un artesano para dar el toque final. La ciudad fabrica la diferencia gracias, supongo, a un programa de computación capaz de mezclar al azar miles de rasgos distintos sin concesiones estadísticas para la replicación. Aunque suene paradójico, la máquina fallará el día en que produzca dos piezas iguales. Y aunque suene apocalíptico, la máquina se volverá en nuestra contra cuando produzca todas las piezas iguales. Si uno observa el reguero de gente que brota de una boca de metro apreciará lo parecidos y diferentes que somos borbotón tras borbotón, hora punta tras hora punta, tarde tras tarde, generación tras generación. Madrid nunca dejará de temblar con este impulso nuevo del recién llegado.

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