Una técnica de censura contemporánea. Ahora que las retransmisiones en directo están bien medidas y esponsorizadas y emparrilladas, las cámaras no aceptan el imprevisto. Por eso cambian de plano cuando un espontáneo salta al campo de fútbol o irrumpe en las pistas de tenis. Lo hacen con enorme velocidad, casi en un acto reflejo. Hay que desviar la mirada, piensa el cámara, por no molestar al organizador o por no dar ideas subversivas al espectador o por no alimentar un suceso que podría descuadrar los tiempos de la retransmisión. Como si aquel suceso no formase parte del acontecimiento, como si no mereciese ser contado. Ocurrió en la última gala de los Goya y los cámaras se mostraron muy colaboradores con el orden establecido al mirar hacia otro lado. El espectador aprecia un rumor, un gesto de desconcierto entre los presentadores, pero nada más, porque al momento suena la música y el plano regresa sobre el mismo escenario. Ya han desalojado al agitador sin que nadie lo vea. Me pregunto qué hubiese ocurrido si esta censura moderna ya existiese en 1981. Qué hubiese pasado el 23-F si el cámara, por el bien de la democracia, hubiese decidido desviar el objetivo hacia otro punto del hemiciclo y negarse a mostrar lo que ocurría.
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