lunes, 25 de abril de 2011

El oficio de hundirse (IV)

Hay símbolos que generan un léxico y una sintaxis nuevas y también hay símbolos que no aportan nada nuevo, sino que se limitan a recoger una música anterior para nombrarla y convertirla en lenguaje. El 11-S fue un símbolo generador. Dio origen a una nueva semántica de yihaidismo, al qaedas y guerra contra el terrorismo. Durante una década el mundo se explicó a partir de una gruesa distinción entre el oriente islámico y el occidente cristiano. Frente a este artilugio generador, Fukushima forma parte del segundo tipo de símbolos. Apenas ha producido un léxico nuevo, pero sí recoge todos los tics de nuestra época, aún sin nombrar. Fukushima significa la pérdida de credibilidad de las autoridades, la crisis de una sociedad de tragaperras, el afán del poder por esconder sus fracasos, el naufraqio de un barco a merced de una tempestad de plutonio, la confirmación de que cuando dicen que lo peor puede ocurrir es que lo peor ya ha ocurrido. Símbolo de un tiempo en el que el sistema se vuelve contra sí mismo en un reflejo irónico propio de insectos. Si el 11-S generó una narración épica y procuró un enemigo siniestro, Fukushima es la gran tragicomedia de un sistema que descubre que no hay peor enemigo que él mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario