Palabras sueltas, ideas cluecas, una arandela y un envoltorio de chicle. Todo lo que cabe en un bolsillo tras un largo viaje. Iñaki de las Heras.
viernes, 29 de abril de 2011
El oficio de delirar (III)
Cuando veo el panel de lucecitas que hay en el Congreso de los Diputados, donde aparecen en colorines los votos de su'señoríah, me entra en un canguelo de flipar. Rojo para el no, verde para el sí y amarillo para el nifunifá. Si una sola de esas bombillitas fallase, si se fundiese, no podrían recogerse los resultados de la votación y el sistema éste se vendría abajo. Ay, qué acohone.
jueves, 28 de abril de 2011
El oficio de trasnochar (V)
La noche es tan antigua que uno puede notar en sus partículas de nada el sedimiento de millones de años. Una oquedad pesada de átomos vacíos, tramados en una tela vieja y deshilachada. La noche, a diferencia de los días, siempre es la misma noche, la misma oscuridad ininterrumpida que sobrevivirá a galaxias y eones. Y sin embargo, esta noche arde en un escozor de grillos y estrellas como si fuera una eterna novedad.
lunes, 25 de abril de 2011
El oficio de hundirse (IV)
Hay símbolos que generan un léxico y una sintaxis nuevas y también hay símbolos que no aportan nada nuevo, sino que se limitan a recoger una música anterior para nombrarla y convertirla en lenguaje. El 11-S fue un símbolo generador. Dio origen a una nueva semántica de yihaidismo, al qaedas y guerra contra el terrorismo. Durante una década el mundo se explicó a partir de una gruesa distinción entre el oriente islámico y el occidente cristiano. Frente a este artilugio generador, Fukushima forma parte del segundo tipo de símbolos. Apenas ha producido un léxico nuevo, pero sí recoge todos los tics de nuestra época, aún sin nombrar. Fukushima significa la pérdida de credibilidad de las autoridades, la crisis de una sociedad de tragaperras, el afán del poder por esconder sus fracasos, el naufraqio de un barco a merced de una tempestad de plutonio, la confirmación de que cuando dicen que lo peor puede ocurrir es que lo peor ya ha ocurrido. Símbolo de un tiempo en el que el sistema se vuelve contra sí mismo en un reflejo irónico propio de insectos. Si el 11-S generó una narración épica y procuró un enemigo siniestro, Fukushima es la gran tragicomedia de un sistema que descubre que no hay peor enemigo que él mismo.
miércoles, 20 de abril de 2011
El oficio de trasnochar (IV)
Somos fruto de un afortunado equilibrio. La atmósfera terrestre tiene una proporción de oxígeno del 21%, la exacta para permitir la vida. Un poco más provocaría su combustión. Un poco menos la haría irrespirable. Vivimos en una cuerda floja de latidos, de radiaciones solares y lluvias de meteoros. Un soplo cósmico podría mandarnos a andrómeda en cualquier momento. Y sin embargo, como dice Baltasar Gracián, nosotros mortales vivimos como si nunca fuésemos a morir. Vivimos al contrario que los dioses, quienes, pese a ser eternos, se entregan al frenesí y la sed del condenado a muerte. Los humanos nos aferramos a la vana ilusión de enraizarnos en la nada, de levantar una casa y planificar una jubilación. Como si cualquiera de estos gestos realmente importara bajo esta eterna y amenazadora noche.
lunes, 18 de abril de 2011
El oficio de mentir (VII)
Ya no sé por qué cracia vamos. Está la ludocracia, en la que los jóvenes esperan que les toque un piso de protección oficial en el próximo sorteo. Y por ahí andan la cleptocracia, en la que mandan los concejales de urbanismo, y la plutocracia del poder económico, sin menoscabo de la mediocracia, de este régimen de grandes hermanos y retales de vídeos sensacionalistas también llamado telediario. No deben olvidarse la narcocracia ni la mafiocracia, siembre muy en boga, ni la nunca mal avenida oclocracia, en la que las masas rugen sus decisiones. Cada uno en su cracia, como dijo san pancracia.
viernes, 15 de abril de 2011
El oficio del vago (IV)
Como decía, es una lástima que las teclas de los teléfonos reproduzcan la misma nota. Deberían sonar como un teclado de piano y depararnos felices descubrimientos. Así, podré aprenderme tu móvil por la melodía que se desprende del número, o tú podrás cantármelo, en vez de dictarme la ristra de guarismos. Sería maravilloso decir a alguien que Para Elisa es tu número de móvil o afanarnos en reproducir un estribillo de Bisbal para llamar a un agente inmobiliario.
miércoles, 13 de abril de 2011
El oficio de delirar (II)
Para que te hagas una idea, no gasto mucho en eso que llaman moda. El otro día hice un cálculo del valor de las prendas que llevo puestas. Para ello, y si uno quiere ser riguroso, es necesario tomar el precio de cada trapo y dividirlo por el número de veces en que te lo has puesto. Los vaqueros me costaron 20 euros y me los pongo dos veces por semana desde hace un año. 0,15 euros por uso. La camisa, 28 euros, una vez por semana: 0,49 euros. Lo de los zapatos es muy fuerte, cinco días por semana, y llevo tres años con ellos: 0,06 euros. Los calcetines, calzoncillos y demás tienen coste marginal, en todos los sentidos. Sé que a estas alturas te provoco un repelús, pero no desesperes. Sobre el cuerpo llevo un vestuario valorado en 0,7 euros al día, y cada día que pasa este importe desciende. Dentro de poco alcanzaré la sublime amortización de todas mis prendas. Tras ese momento, consideraré una ganancia cada nueva puesta. Y entonces, cada nuevo día será una victoria sobre el sistema consumista y será un gusto levantarse por la mañana, un poco más trasnochado, un poco menos moderno, un poco más libre.
lunes, 11 de abril de 2011
El oficio del vago (III)
La fórmula más extendida para no dar ni palo es la de disiparse en internet, perderse en la maraña de páginas que conducen a otras páginas, hasta que uno siente esa maravillosa sensación de no saber cuánto tiempo ha pasado, si horas o lustros, y de haber perdido como poco una tarde. Antiguamente, cuando uno no quería dar ni palo descolgaba el teléfono e intentaba componer alguna melodía con el muy limitado teclado de números. 1, 4 y 7 reproducían un do, mientras que 2, 5 y 8 hacían una nota cercana a mi, y 3, 6 y 9 a algo que debía de andar por el sol sostenido. Con eso podían tocarse las dos primeras notas de la banda sonora de Superman y afinar un violín. Sacar de ahí una melodía era complicado, sobre todo si uno nació como yo negado para la composición musical, pero en eso consistía el reto. Ahora, los teléfonos tienden a reproducir la misma nota en cada tecla, como si fuesen cajeros automáticos, como si no quisiesen regalarnos, por pura racanería, su variedad polifónica. Me duele que un 1 suene igual que un 8. ¿No pueden acaso los números de un teléfono disfrutar de la diversidad de colores y matices con que brincan las notas en un arpa? ¿Por qué las notas de un teléfono son menos notas que las de un piano o una viola? ¿No pensarán los de Telefónica que hay notas más dignas que otras, que un do de violín merece más que un do de auricular? Una cosa más que se pierde. Los vagos, como los trabajadores, no tenemos hoy más remedio que mirar hacia la pantalla.
viernes, 8 de abril de 2011
El oficio de tropezar dos veces con la misma piedra (X)
Una habitación propia, eso es lo que necesita una mujer para librarse de la opresión del hombre, según Virginia Wolf. Una habitación propia con conexión ADSL es lo que se necesita para hacer una revolución en el Magreb. Una habitación propia con un lapicero, un bolígrafo, unas pinturas de plastidecor y una cuartilla de papel, eso es lo que necesito yo para consumar una feliz regresión.
miércoles, 6 de abril de 2011
El oficio del idiota (XII)
La identidad tiene mucho que ver con el movimiento, y el movimiento fue el primero de los quebraderos de cabeza de la filosofía. Parménides sostenía que las cosas permanecen inmóviles y sin cambio. Heráclito sospechaba que nunca nos bañaremos en el mismo río. Ahí le dio. Como en un villancico, el río pasa y nosotros nos iremos y no volveremos más. Las aguas fluyen hacia la nada y lo único que permanece es el cambio. Y a pesar de ello, sigue habiendo algún integrista parmenidiano que percibe la identidad como cosa monolítica e inamovible. Fanatismo de DNI. Qué le vamos a hacer. Nunca volveremos a ser el mismo yo. Y esta afirmación es como para ponerse nervioso. No es fácil de aceptar y por eso nos resistimos. Aunque pensemos distinto que el niño que fuimos, aunque hayamos cambiado de ideología, religión, gustos musicales, amigos, comidas favoritas o incluso de marca de calzoncillos, por imposible que lo crean algunos, aunque ocurra todo esto, no solo seguiremos convencidos de ser la misma persona que se levantó esta mañana en nuestra cama, sino también el mismo renacuajo que hace veinte años correteaba con nuestro nombre a cuestas en un patio de colegio.
lunes, 4 de abril de 2011
El oficio de tropezar dos veces con la misma piedra (IX)
En esta room society de internet en la que la socialización de dormitorio ha sustituido a la plaza pública, tarde o temprano tendría que ocurrir: la habitación propia ha salido a la calle y quiere convertir el mundo en un nuevo espacio íntimo y acogedor. Ahí está esa revolución de la que tanto se habla sin que nadie sepa en qué consiste. Ya se celebran batallas de almohadas en todo el planeta, sincronizadas en Sao Paulo, Tokio y Madrid, sincronizadas como solo sabe hacer un despertador de dormitorio. Ya se han sacado las almohadas a la calle, ya se han sacado estos tanques de plumas que disparan diversión, y dentro de poco saldrán los póster, los plastidecor y los peluches. Dentro de poco el mundo se convertirá en nuestro dormitorio, en el lugar donde nos sentimos más nosotros mismos, en el santuario feliz que cuidaremos con la delicadeza con la que atesoramos recuerdos en las estanterías. Una revolución de habitación propia que nos arrope con la calidez de un edredón, está al caer.
viernes, 1 de abril de 2011
El oficio de desconocerse (V)
El pensamiento es un software muy avanzado que permite dar una continuidad a ese otro software llamado atención, en el que van entrando píldoras de esto y de lo otro como disparos de máquina de fotos. El pensamiento, como dice la sabiduría popular, fluye. Vamos, que se presenta en estado líquido, como un reguero que discurre hasta empantanarse en obsesión. Y la atención son las piedras que caen sobre el arroyo del pensamiento, a veces desviándolo y otras solo importunándolo. En realidad, los expertos coinciden en que el pensamiento discurre, pero dicen que lo hace como las pelotillas de zarzas secas que se ven en las pelis del oeste, esto es, sometido a unos procesos de apertura y cierre, de revisión y comprobación obsesiva, de repetición y demás. Al margen de esto, el pensamiento parece trazar una línea a su paso. Ahí quería llegar yo. Una línea a la que no se la puede someter a demasiada presión externa porque si no, se rompe y se va el santo al cielo. La alienación tecnológica amenaza con convertirse en una intrusiva exigencia que continuamente y sin descanso nos quiebra la línea del pensamiento, el plácido discurrir de las ideas. Una tarea resulta interrumpida bruscamente por otra tarea, a la que interrumpe bruscamente otra tarea, y luego otra, sin que al final podamos recordar dónde empezaba todo. El móvil, los banners, la sobreinformación televisiva no hacen sino condenarnos a una sociedad de la interrupción, del pensamiento fracturado, en la que ni siquiera es posible sedimentar ideas ni cristalizar ni fosilizar nada. Y lo peor de todo es que hay gente que se mosquea si no le devuelves en cinco minutos la llamada con la que acaba de estropearte un feliz pensamiento.
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