martes, 25 de enero de 2011

El oficio del periodista (II)

Las máquinas, conforme envejecen, empiezan a vibrar, a temblar, a tremolar como si tuviesen malaria y en definitiva a zumbar y hacer ruido. El eje de mi lavadora ya ha comenzado a perder el centro y a hacer un ruido ensordecedor, el mismo ruido que hacen los planetas al desquiciarse en su órbita, las parejas de novios en su tercer aniversario y los motores de los submarinos soviéticos a la quinta recarga, por decir algo. El ruido nos acecha porque las máquinas nos acechan, porque ya apenas queda nada del funcionamiento húmedo y resvaladizo de la naturaleza. Los medios de comunicación son también una vieja máquina de hacer salchichas y por ello se comportan de forma ruidosa y asmática. El ruido molesta demasiado, como mosca cojonera, y ya no nos deja disfrutar ni siquiera de la sosegada lectura del periódico. Abundan los medios y abunda la información. Abunda la mala calidad y el griterío, este ruido en el que unas voces pisan a otras y devalúan el conjunto. Cada día me acuesto con la impresión de no haber entendido nada, con un incómodo zumbido también en mi cada vez más gripada máquina de pensar.

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