lunes, 24 de enero de 2011

El oficio del idiota (III)

Estamos convencidos de que el yo se mantiene en el tiempo, a pesar de que nuestras células han ido muriendo y dando el relevo a células nuevas, a pesar de que no hay nada en común entre nosotros y el niño que fuimos. Apenas la memoria nos une a aquel lejano ancestro de patio de colegio. Sólo esta ficción del recuerdo nos hace sentirnos dueños y beneficiarios de las experiencias de ese niño, nos hace creer que fuimos la misma persona. En vez de reverenciar al niño que fuimos como lo que es, un cadáver que sin muerte dio paso a lo que ahora somos, en vez de eso, nos reivindicamos como la misma persona, pese a que lo único que compartimos con él es el nombre y nada más, ni siquiera una raquítica célula que una estos dos universos lejanos.

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