lunes, 7 de marzo de 2011

El oficio del idiota (VIII)

Esta obsesión por la identidad viene de antiguo y nos ha convertido en fundamentalistas creyentes en los espejos y en los carnés de la piscina. Ya le ocurrió al primer homo sapiens. Se sorprendió a sí mismo pensando que regresaba a la cueva en el momento en el que, mira por dónde, regresaba a la cueva. Como si lo viese. El homo sapiens plantado en la puerta de la cueva, ante una de esas puertas de tiras de plástico de colores, como en los ultramarinos, o mejor aun, ante unas puertecillas de palabra de honor como las de los salones de las pelis del oeste. Y su mujer, alucinada al descubrir que su marido piensa, like homo sapiens. Momentazo para la humanidad. El cavernícola se acaba de dar cuenta de quién es, de que esa sombra que se alarga por las paredes de la cueva es la suya, de que eso que se interpone entre el hambre y el mundo es el yo. Así nace, a brocha gorda, la obsesión por la identidad.

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