viernes, 18 de marzo de 2011

El oficio de vivir (II)

Ahora, por fin, después de muchos años, he descubierto lo que siempre me había intrigado tanto. Por qué Inglaterra me echa para atrás. A este país podríamos llamarlo un 'country room', un país habitación, porque te muevas por donde te muevas siempre tendrás la sensación de estar en un lugar cerrado. Eso es lo que me rechinaba, sin saberlo hasta ahora. Sus gigantescos aeropuertos están compuestos de estrechos pasillos y pequeñas salas de moqueta, y las calles de sus ciudades son angostas y abigarradas. Incluso en pleno campo uno tiene la impresión de estar en un lugar ceñido, a causa de las nieblas y de las arboledas, que cierran lo que poco que pueda haber de horizonte. No me acostumbro a Inglaterra, a su exuberancia y sus cielos encapotados, yo que soy un bruto castellano y me muevo bajo celajes de altura y llanuras inermes. A tope con la lontananza. Ese país es un cuarto con sofá, cortinas, papel de pared, gatos siameses variados, pastas, té, zapatillas de andar por casa, olor a mantequilla y un cuadro de la reina con marco de pan de oro. Aquí en cambio todo es intemperie, precariedad y fogata de bidón de obra.

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