Esta reflexión la he sacado de algún sitio, no sé si de Elias Canetti o de Cesare Pavese y su 'Oficio de vivir' (también hay un automatismo que me hizo elegir este nombre para el 'post', sin recordar el título de esta obra). Tengo mucho desorden. Intentaré recrear la idea a mi manera: La evolución ha elegido la boca como el lugar para el lenguaje. Ha elegido una ranura armada de dientes que condiciona el tercio inferior de la cara y nos emparienta con las fieras. Ha elegido la boca y no el ano, de manera incomprensible. El ano está mejor dotado de pliegues y habría sido capaz de reproducir una mayor variedad de vocales y sonidos consonánticos, como ya se aprecia en ciertas ventosidades. Además, realiza menos funciones que la boca y, por ello, cuenta con mayor grado de especialización. El lenguaje y lo que en general tienen los humanoides que decir no interferiría apenas con el principal uso del ano, que es defecar. Pero la evolución no ha tenido en cuenta estas ventajas. También ha descartado como envase del lenguaje estas dos orejas, tan bidireccionales y divertidas. Habría sido un acierto escuchar por el mismo sitio por el que se habla. Sin embargo, ha elegido finalmente la boca, por un solo motivo: allí entran los alimentos y de allí deben salir los gritos de hambre. ¿Y qué es el lenguaje sino un grito de hambre?
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