La mente tiene dos formas de buscar un frasco de mermelada en el supermercado. Hay una forma intuitiva, en la que acude presta a la sección de desayuno, y hay otra exhaustiva, en la que recorre uno a uno todos los pasillos del supermercado hasta hacer el hallazgo. La intuición es ágil y creativa, uno de los mejores inventos de todos los tiempos. La exhaustividad, a la vista está, nos deja exhaustos y además es lenta. Es el triste recurso de quien no sabe intuir. Dicho esto, el ordenador solo tiene una forma de buscar el frasco de mermelada, la exhaustiva. Le falta talento, pero tiene dos cosas a su favor: no acaba exhausto con la exhaustividad y además es rápido como el rayo. Siendo exhaustivo, el ordenador supera al hombre intuitivo. Y no falla. En un supermercado, recorre todas las secciones a toda velocidad, sortea a todos los consumidores, ignora todas las ofertas, hasta que encuentra la mermelada. Y tarda menos que el humanoide, que se ha entretenido en una cata de quesos y está a punto de olvidarse de la mermelada. No tengo nada en contra. Hemos perdido la batalla, pero no guardo rencor. Enciendo el ordenador, abro ventanas, observo cómo la tecnología devalúa las creaciones humanas, acato el nuevo orden. Algún día, cuando no se trate de buscar mermeladas, seremos de nuevo dueños de nosotros mismos.
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