La cuestión es, nos decimos mientras esperamos en un Starbucks a que nos preparen el capuccino, cómo produce nuestra sociedad su serotonina en términos industriales. Para que la especie humana recorra la trayectoria de un día son necesarias muchas toneladas de este neurotransmisor, culpable de nuestros deseos y nuestras depresiones. Dónde se produce mayor cantidad de litros de serotonina, dónde están las fábricas de estímulo, nos preguntamos ahora. A juzgar por el precio del capuccino, Starbucks es una fábrica moderna de serotonina. Lo confirma su clientela joven, elitista, soft, abúlica, hiperconectada y abstemia. Ahí están los cánones de una época, marcando el camino hacia el manantial de la serotonina. También se produce gran cantidad de ella en los edificios acristalados de oficinas, en el juego de la bolsa, en los campos de fútbol y en otros entornos competitivos donde se reproducen los esquemas del azar. Eso es lo que nos emociona. Cada generación produce a su manera y de la forma más insospechada su stock de serotonina, concluimos mientras cubrimos el capuccino con el espolvoreador de canela o de chocolate, mientras removemos este caro mejunge con un palito alargado, como los que utilizaron los médicos de otros tiempos para revisar las amígdalas.
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